Tierra de fortalezas, donde las leyendas de santos y vírgenes escondidas se hacen realidad.
Día 23 de Abril de 2010
El día promete ser esplendido y emprendemos nuestra ruta, desde Castañar de Ibor dirección Robledollano, en autobús, son las nueve de la mañana, el Cancho de las Narices nos da los buenos días, lo dejamos a nuestra derecha y el río Viejas a nuestra izquierda. Vamos a atravesar varios valles, el primero, el Valle del Viejas.
Una vez pasado Robledollano, y a varios kilómetros, cogemos el desvío hacia la izquierda, nos dirigimos hacia la cara oeste de los montes de la Villuerca, vamos viendo como cambia el paisaje, a nuestra derecha, los montes son bajos, redondeados, son los montes típicos de pizarra.
Atravesamos el pueblo de Retamosa, el Valle del río Almonte y empezamos a subir, en un momento estamos en Cabañas del Castillo. Es un pueblo muy pequeño, pero que antaño tuvo un término municipal muy extenso,que ocupaba tres valles, el de Santa Lucia, con el río Almonte, parte del valle del río Berzocana, y la mitad del valle del río Viejas. En la actualidad el pueblo cuenta con unos diez vecinos, pero esta mañana hay mucha actividad en sus calles, obreros trabajando, la panadera que viene con el pan de cada día, y por supuesto nosotros, que también venimos a romper su rutina diaria.
El pueblo es encantador, se respira paz y tranquilidad, las casitas están construidas a los pies de una inmensa peña, que se levanta como un gigante pétreo, un verdadero guardaespaldas, están recogidas en un espacio pequeño y son bastante coquetas, con flores en las fachadas, piedra vista y teja árabe, muchas de ellas son alojamientos rurales, que mejor sitio que este.
Las calles que son estrechas y empinadas, nos llevan hacia arriba, ya casi en el alto hay una placita con bancos y árboles, en medio de ella un rollo de piedra, lugar donde se impartía justicia, hoy es plaza de encuentro y descanso.
Un poco más arriba se levanta la iglesia, tiene pinta de ser bastante antigua, la puerta se enmarca por un arco de ladrillo visto, es muy parecido sino igual al que encontramos dentro de la Iglesia de San Benito en Castañar de Ibor, es toda de piedra y ladrillo visto y parece por los restos que quedan que alguna vez estuvo encalada, por fuera está muy deteriorada, por dentro todavía más, la humedad, las goteras y el descuido general, hacen que esté en un estado lamentable y con falta de una restauración urgente.
Es de una sola nave, preside el retablo la Virgen de la Peña, patrona del pueblo, a cada lado de la nave se alzan dos pequeños altares, uno tiene en el frontal unos azulejos que parecen de factura talaverana, sobretodo por el colorido de amarillos y azules, representan una inmaculada en el otro altar los azulejos han desaparecido, el coro es de madera y amenaza ruina, desistimos de subir, salimos con un poco de pena, ¡ojala, la arreglen pronto!.
Emprendemos la subida al castillo, éste está ubicado en lo alto de la peña, la rodeamos y empezamos la subida por la cara norte, esta subida es un poco complicada, ya que el acceso es por una vereda estrecha y con pasos bastante peligrosos, pero una vez que hemos llegado arriba, todo se nos olvida, las vistas son majestuosas, mires donde mires, la Peña Buitrera al lado hace honor a su nombre, y un montón de buitres leonados sobrevuelan nuestras cabezas a gran altura, abajo se contempla el pueblo, retando al tiempo, no se rinde, para no desaparecer, los valles y montañas se suceden creando unos paisajes increíbles.
El castillo nos traslada a otros tiempos, queda poco de él, pero lo suficiente para hacernos una idea, un esbozo de lo que fuera la puerta principal, y dos torres. Se cree que tenga origen árabe, aunque quizás esté construido sobre las ruinas de otra construcción más antigua, ya que la situación estratégica de este lugar la habrían aprovechado desde tiempos remotos los antiguos pobladores de esta zona.
Una vez nos hemos deleitado , contemplando estas sierras y valles a vista de pájaro, no disponemos a bajar al pueblo de nuevo. La bajada es si cabe aún más peligrosa que la subida, y en uno de los pasos más arriesgados, una de nuestras compañeras se cae, haciéndose daño en una pierna, una vez avisados los servicios de emergencia, tras una primera evaluación por el medico, y una evacuación de película, es trasladada en ambulancia a Cáceres, donde una vez vista la lesión es escayolada, afortunadamente ha sido sólo una luxación, gracias a Dios, porque la forma de la caída nos hacia pensar en algún hueso roto.
Desde aquí dar las gracias a los servicios sanitarios por su rapidez y buen hacer.
Pasados estos momentos de susto y angustia por nuestra compañera y ya puesta en buenas manos, nos quedamos un poco más tranquilos y nos dirigimos a Berzocana, pueblo pequeño, pero que guarda en su magnífica iglesia, un tesoro, son las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina, santos medievales, cuyos huesos fueron traídos, huyendo de la conquista árabe, para esconderlos aquí en estas fragosas sierras, según cuenta la leyenda, llegaron aquí junto con la Virgen de Guadalupe.
Fueron encontrados por un campesino, coincidiendo con el final del dominio musulmán y con ellos había un escrito donde se decía quienes eran y algunos objetos que también se guardan.
Aquí siguen y son venerados, aunque hubo disputas, siglos atrás con la ciudad de Cartagena al ser esta la ciudad natal de los santos, el rey Felipe II intercedió y decidió que aquí se quedaran para gran regocijo de los berzocaniegos.
Nosotros tuvimos el privilegio de que nos abrieran el sarcófago donde están las citadas reliquias y poder ver y “tocar” los Santos, fue un momento emocionante.
La iglesia es de unas dimensiones y grandiosidad que no se ajustan a la pequeña población donde está ubicada,por eso llama aún más la atención. Este año es Año Jubilar Berzocaniego, con o que la visita de forasteros es un ir y venir.
La población está enclavada entre estas sierras villuerquinas y algunas peñas tienen nombre propio, como la Sabana. Son las tres de la tarde y en la plaza vamos a reponer fuerzas para enfrentar el último tramo de esta ruta.
Bajando a Cañamero, los paisajes que se suceden son preciosos, cruzamos el río Ruecas y admiramos los sorprendentes canchos que le cobijan, ahora nos dirigimos a Guadalupe.
Ya en la puebla, visitamos el maravilloso monasterio-fortaleza, que aunque todos ya conocemos, no por eso deja de gustarnos y asombrarnos, hablar sobre él daría para muchas páginas, y eso será en otro momento.
Con la contemplación de Ntra. Sra. de Guadalupe, La Morenita, las emociones que han estado latentes durante toda la ruta, ahora se desbordan y las lágrimas hacen su aparición, en mí esto es inevitable, la doy gracias y a la vez la pido, si eres creyente seguro me entenderás.
La ruta acaba aquí, el autobús nos dejará a cada uno en nuestro destino.
Ha sido un día aprovechado donde ha habido tiempo para todo, y que no olvidaremos fácilmente, tanto por lo que hemos visto, como por lo que hemos vivido.
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